La clase política chilena seguirá comentando
por muchas semanas los resultados de lo sucedido en las elecciones del domingo
pasado.
Dos serán los puntos que llamarán la atención de quienes se preocupan
de los procesos políticos: uno será el referido a la explosiva votación del
llamado Frente Amplio, un reventón electoral,
como fenómeno no previsto, ni por el sentido común o la intuición
política, ni mucho menos por aquellos dedicados a la observación desde la
ciencia política. Muy ligado a lo anterior, los errores de predicción de los
Centros de Estudios, institucionalizados como medidores de comportamientos
sociales.
Ha quedado comprobado que hay eclosiones
políticas y sociales difíciles de predecir. Como los terremotos. Increíble lo
sucedido, pues mientras se
desarrollan comportamientos colectivos acallados en el marco de la sociedad que nos toca vivir
a diario, hay fuegos subterráneos que permanecen encendidos y que afloran
generando torpes interpretaciones de
quienes debieran tener respuestas con más de lógica.
Las últimas elecciones convocaron a menos de la mitad de los
electores. Apenas nos empinamos por sobre los seis millones setecientos mil
votantes. Preocupante, pues el año 2009, en las presidenciales sufragaron 6.977.544. Ello significa que no hubo, como algunos
ingenuos creen, llegada a las urnas de
nuevos electores, origen de la votación no presupuestada del Frente
Amplio. No olvidemos, que estamos dando cifras, en consideración a catorce millones de chilenos del universo
válido como sufragantes.
Escuchaba con atención a un comentarista, poco
informado, que realizando un análisis de la aparición en el escenario parlamentario de 23 diputados
más un Senador de esta nueva agrupación, el emergente
Frente Amplio, decir que este fenómeno no tenía precedentes en la
historia política chilena. No obstante, hay un suceso de mayor impacto, no tan
lejano. Me refiero a las
parlamentarias de marzo de 1965. Cuando
la Democracia Cristiana obtuvo 82 diputados
de un total de 147 de los componentes de la Cámara Baja.
En septiembre de 1964, el postulante democratacristiano Eduardo Frei Montalva,
había logrado la primera magistratura de la Nación y para las próximas
elecciones pedía “Un Parlamento para Frei”. Las fuerzas de la izquierda,
comunistas y socialistas, quedaron con una representación magra y desaparecieron del Congreso liberales y
conservadores, fagocitados por la oleada falangista. En el desembarco freísta
llegó de todo; grandes legisladores y políticos que perduraron en el tiempo,
pero también gentes arrastrados por la marea
de la cifra repartidora. Entre ellos un campesino de mi pueblo natal, se
proclamaba electoralmente, como “El
Huaso Canales”.
Hace pocos días, releí un comentario sobre él,
del ya fallecido periodista político Eugenio Lira Massi, se llamaba Gilberto
Canales quien, “de obrero agrícola pasó de golpe y porrazo a honorable diputado
y esto lo mareó. La primera vez que le pagaron
su dieta se quedó largo rato
mirando el cheque. En su vida había visto tanta plata junta. Luego de pensar un
momento, reclamó. Dijo que a él no le gustaba que le pagaran el año entero de
un viaje, que mejor “se fueran mes a
mes”. Cuando el Tesorero del Congreso, le dijo que en 30 días le entregarían
una suma semejante, “quedó con los ojos igual
que el Dos de Oros de la baraja española y nunca más se ha recuperado
del schok”. Canales, al parecer, se perdió en los laberintos pecaminosos de la
ciudad capital.
La impronta de Canales es universal, marca lo
que es la relación del hombre con el poder; desde las aventurillas alcaldicias
de Sancho, pasando por Fouché y tantos otros personajes novelescos y reales. El
poder que generan proyectos desideologizados efímeros, estados de ánimos y
voluntarismos sirven para conocer individuos energizados por orgullos circunstanciales.
Un estimado docente siempre repetía que los pigmeos son siempre enanos, aunque
suban a la cima del Aconcagua.
< Prev | Próximo > |
---|